Benito me recibió con las patitas abiertas, ronroneando. Su pañalito y sus ojitos suplicantes me pudieron. Lo acomodé sobre mi falda y empecé a elucubrar los próximos pasos del plan, tomando unos mates en la cocina. Cuando caí en la cuenta de que estaba calculando con lujo de detalles todo lo que tenía que hacer, mientras acariciaba de punta a punta el lomo del felino, me toqué el brazo para comprobar que no me había convertido en el Doctor Garra. Afortunadamente, nada de eso había ocurrido. Desafortunadamente, aquella sensación despertó a La Pandilla.
–Superyó: ¿Estás segura de lo que vas a hacer?
-Ello: ¿Le dejaste todo a Luna? Fumémonos otro porro.
-Yo: A mí me parece racional, chicos. Pongámoslo así: Lucha se arregla con Rubén, nosotros nos sacamos de encima a Gabriel, enmendamos sus errores y todos contentos.
-Superyó: Es verdad.
-Ello: Sí, es verdad. Y después nos fumamos un porro.
-Yo: Listo.
-Sol: ¡Me van a hacer llorar de la emoción! ¡Al fin están todos de acuerdo! ¡No lo puedo creer!
-Ello: ¡Esto se merece un brindis!
-Superyó: Bueh, bueh, tampoco te hagas el vivo. Primero, lo primero.
-Yo: Sí, dale.
Aunque Benito insistiera con maullidos y revuelcos para que lo siguiera mimando, tuve que hacer caso omiso a sus ojitos lastimosos y, después de dejarlo sobre la silla, fui hasta el living y teléfono en mano, puse en marcha la primera fase de mi plan.
-Sol: Hola, Rubén.
-Rubén: No me digas nada. No la aguantás más. ¿Viste? Es una dictadora de la limpieza y el orden… ¿tanto le cuesta pasarle un pedacito de papel al asiento del inodoro? –evidentemente, iba a ser más difícil de lo que pensaba- ¿Cuándo vuelve?
-Sol: Justamente por eso te llamaba, Rubén. No-va-a-vol-ver. Lucha está planeando largar alguna cátedra, atender a más pacientes particulares y juntar plata para mudarse sola a fin de año.
-Rubén: ¡¿Qué?! –touché, pensé.
-Sol: Lo que escuchás. Está enojadísima con vos y, a decir verdad, tiene razón.
-Rubén: ¡Pero si nadie la va a querer como yo! ¡Estamos juntos hace diez años! ¡No se va a ir a vivir sola nada!
-Sol: Revisa los clasificados todos los días, Rubén… -mentí, pero el fin justificaba los medios.
-Rubén: No, no, no. No puede ser… -me respondió incrédulo, con voz entrecortada-. No puede ser, Sol. Luchita, “oshita”, culo jugoso… Me tenés que ayudar. No la puedo perder.
-Sol: Por eso te llamaba. Yo te voy a ayudar, pero vos tenés que hacer todo lo que te diga, eh.
-Rubén: Lo que quieras, Solcito. Si pierdo a “osha” me muero. Yo sé que a veces soy desconsiderado…
-Sol: ¿A veces?
-Rubén: Sí, a veces. Mirá, antes de que se fuera, le compré unos guantes de hule geniales para que limpie y hasta le compré una escoba nueva.
-Sol: Sos un caso perdido, Rubén –le dije resignada.
-Rubén: ¡Pero si era uno de esos escobillones gigantes! Estuve re inteligente… ¡con ése barría toda la casa en media hora!
-Sol: Callate y escuchame que en cualquier momento llega. Anotá la dirección exacta de mi casa…
-Rubén: Sí, sí. Lo que digas.
Después de darle el resto de las instrucciones, nos despedimos.
-Superyó: Ahora me siento bien: estamos haciendo algo bueno por Luchita.
-Ello: ¿Podemos brindar?
-Yo: Hmmm… ¡y daaaaaaaale!
-Sol: ¡Salud!
Levanté mi porrón en soledad, satisfecha. No podía fallar.
¿No?